miércoles, julio 11

todos los espacios cubiertos (II)

Hay una entrada para ingresar a la Costa Verde que nadie conoce. Javier sí.

El día que volvía de viaje la tomó sin el apuro del tiempo. Nadie lo esperaba, pues llegaba de sorpresa. No había extrañado la ciudad, pero sí la sensación de ingresar a un lugar ya conocido después de tiempo. Luego de cargar con su equipaje, enfundarse en un terno que, a la larga, satisfará a su madre, peinarse un poco y limpiarse la mierda de los zapatos, Javier se montó en su auto, prendió su radio y miró alrededor antes de partir. El cielo estaba gris, pero eso es común; la ciudad estaba sucia, pero eso es así desde que Colón nació y quizá antes; la ropa tendida lucía fea, pero eso parece ser acordado por todos; los perros son feos y pues bueno, para eso no hay explicación.

Enciende un cigarro blanco, esos que no tienen filtros color mostaza y que fuman los escritores para las fotos. Enciende un cigarro blanco, decíamos, un cigarro marica, como le recordaba su padre cuando tomaba y llegaba a casa pasadas las tres de la madrugada. Bueno, enciende ese cigarro y arranca el auto con una mano sobre el volante y la otra ondeando esa “extensión de sus dedos”, como a él le gustaba llamarlos (expresión nacida de una noche en la que su padre estaba borracho y Javier también; porque cuando Javier está borracho no golpea, ni grita, ni hace el ridículo, sino que se pone poeta, más poeta de lo que tontamente es)

por JACSON POLLOCK
Cuando está cerca de la Costa Verde, una llanta pasa por un bache y Javier no dice carajo ni esas mariconadas ni nada parecido. Javier dice la reputamadre con esta ciudad de mierda, así, con todas sus letritas contaditas. Un ratito después, ahí nomás, gracias a la radio Javier recordó el terremoto de ayer que hubo en la ciudad y entonces asoció el bache al terremoto y ay ojalá que a mamá no le haya pasado nada, ni tampoco a los abuelos que viven en un recoveco que hasta las cucarachas podrían tumbar si supieran soplar.

Entonces se mete a esa entrada escondida por la maleza que le ahorra un culo de tiempo. Javier vino pensando en el avión que la tomaría y estar ahí ahora pues es más de lo que esperaba porque parece que la estuviera redescubriendo con cada movimiento de la llanta, con cada sensación de su mano en el volante de cuero. Baja la rampa y, mientras lo hace, mira hacia atrás, a todo el trayecto que se ha ahorrado, a todo lo que ha dejado. Entonces se ríe un poco y enciende otro cigarro porque el otro se le escapó de las manos cuando pasó por ese bache de la re mil putas, pero ojalá que las cucarachas no hayan aprendido a soplar. 

1 comentario:

Anónimo dijo...

Señor, seguro q quiere hacer esa metáfora de antes de que Colón naciera.Seguro?