lunes, octubre 17

todos los espacios cubiertos (1)

Mi nombre favorito es Íñigo. Es un nombre complicado de teclear en un ordenador, dada la tilde inicial y la impuesta mayúscula. Si obviara esta última, ¿alguien notaría su ausencia en tanto conocen que es un nombre? Sospecho que no y entonces podría cosificarse y sería factible coger íñigos y dejarlos sobre la mesa. Un íñigo para la depresión, un íñigo para garantizar el sexo seguro, un íñigo para el apetito sorpresivo.

Mi Íñigo es ya maduro pero no usa lentes. Tiene a los padres muertos y ha olvidado cómo hay que extrañarlos. Una hermana, pero ningún compromiso con ella. Alejémonos del sentimiento trepidante de este punto de la descripción: Íñigo no está solo. 

Ha inventado algo que él llama austeridad extremista. Apenas si sale de casa, para no gastar los zapatos y la comida se la trae la verdulera cada tarde luego de cerrar el puesto. Íñigo come casi todo de mala gana, y solo lo hace porque el sonido de sus dientes crujiendo le inspira demasiado.

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